miércoles, 29 de enero de 2014

CRONICA DE UN SILENCIO




La niebla no ha regresado. 
Tengo la mirada perdida, fija en un punto de la pared mientras los siete relojes interpretan una extraña y asincrónica melodía que destroza las gnossienne. Siete, el número mágico por excelencia. Ni siquiera la danza de los pábilos al son de Satie tapa las sombras y los susurros. 
Noto  los ojos vidriosos por  efecto del alcohol. La base de la copa,  se  ha cubierto de un manto rojo,  alcanzada por la cera derramada.  
El ambiente es cálido en casa, sinembargo   estoy temblando, tengo frío pero  no voy a hacer nada. Esta en mi interior y se que no se calma fácilmente.
Recibo un mensaje que no me molesto en mirar, mientras en la distancia  suena el tono de un teléfono,  lejos, como si fuese en la casa de al lado, la de ese vecino que no soporto.

Busco con la mirada  las paredes de las fotografías. Cada una de ellas cobra vida como si quisieran salir de su cárcel de papel. Cada silueta, cada paisaje, cada instante capturado, cada momento robado, no han vuelto al lugar al que pertenecieron. Fotogramas de celuloide que faltarán en las películas de la vida de otros. Los hice míos con una pulsación, con un latido, y conmigo permanecen. Quizás los susurros provengan de ahí.  Otros muchos me fueron arrebatados, junto a otros objetos, quedaron en la casa del olvido. Aún hoy, puedo sentir su ausencia.
A menudo me hago preguntas cuya respuesta no conozco. No hay mayor tontería y a continuación me río de mi propia torpeza. Es sano reírse de uno mismo y no caer en el victimismo. No ofendo a nadie y evito que  las pocas personas que me importan  se enteren de la mierda que me rodea. Aunque no siempre me funcione.
Recuerdo  a Francis cuando estuvo en casa,  un okupa con permiso de okupación a 5.000 km de su familia,  su mujer y sus hijos a los que adora. 
Vino al primer mundo, a un pais extraño,  desde el tercero, con un sueño y una sonrisa por equipaje. Todavía no los ha perdido, a pesar de la dureza de subsistir durante años  en el que creyo su El Dorado. Mantiene vivo su sueño. Y su sonrisa. Y se que eso le mantiene vivo a él. Y siento vergüenza de lo que considero mis problemas. Y en un mundo absolutista como este,  todo vuelve a ser relativo.

Abro la ventana del salón, miro hacia el parque, los edificios colindantes, las calles vacías, apenas se escuchan ruidos. La ciudad duerme, yo no puedo. 
Ayer volví a soñar con arañas, cientos de arañas sobre el cuerpo de alguien muy querido. Y me volvió a invadir la agustia. Me gustaría ser capaz de vivir sin dormir. Sin entrar en un mundo que desconozco, donde la mente decide si toca reir o sufrir, sin poder controlarlo.
Me gustaría comprender todo lo que no comprendo, pero eso es pedir demasiado
Quizás me esté volviendo loco

2 comentarios:

dijo...

Nunca le tengas miedo a los sueños.
Ni te culpes por la torpeza de alguien que no sepa quererte. Y sí, todos nuestros problemas son relativos. La vida entera lo es.

Besos. Cuídate.

Rochies dijo...

la casa del olvido no se ha quedado con lo principal. Vos mismo.
Tus relojes, tus fotos, tus largas noches son parte de alguien a quien la adversidad habrá hecho tambalear pero no cambiar de rumbo.