“Conocí a un deseo en busca de dueño,
junto a un hombre que quería desear
Escuché al sollozo en busca de un llanto
y una lágrima que los buscaba a los
dos”
Hace años, encontré por casualidad a una mujer peculiar.
Fue en una cafetería de un hotel. Yo estaba haciendo tiempo
mientras leía un libro y tomando el décimo café
del día cuando se acercó.
-
Disculpe, ¿quiere un deseo? –me espetó
-
¿Perdón? – Creí no haber entendido lo que me decía
-
Le preguntaba si quiere un deseo- repitió
Le miré pensando que me había tocado la pirada del local,
pero al ver la forma en que me devolvía una mirada limpia e intensa con sus ojos
de un azul grisáceo decidí prestarle atención
Resultó ser una maestra del pensamiento. Su voz era cálida y
te embelesaba, a pesar de no comprender algunas de las cosas que me dijo. Era
atractiva, de unos cuarenta años, vestida de forma correcta e informal. Su
melena azabache contrastaba con sus ojos
-
Guardo muchos y ya no se que hacer con ellos. Busco
personas que los necesiten - dijo con gesto serio
-
¿y quien no querría tenerlos?, de hecho todos los
tenemos o los hemos tenido alguna vez - Le respondí curioso e invitándole a
sentarse conmigo
-
Se sorprendería. No hablo de deseos banales o
materiales. Una vez, encontré uno en mitad de una tormenta, en una playa
perdida. Vagaba perdido buscando a alguien que quisiera desear. Fue el primero.
Le pregunté ¿Quién eres? Y me respondió:
“El deseo de vivir… Me acaban de abandonar”. Lo pensé un instante y decidí que
merecía la pena tenerlo.
Mientras hablaba me
fijé en sus manos. Estaban cuidadas. No eran manos que hubiesen sufrido el
desgaste del trabajo. Dedos largos y uñas cuidadas, pintadas de un color
discreto. Mientras lo hacía pensé que parecían manos de pianista. Cuando levanté la mirada al ver que se había callado me encontré con la suya escrutándome con seriedad
-
¿Le aburro?
Continuará
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