domingo, 29 de diciembre de 2013

LA COLLECTIONNEUSE DE DÉSIRS ( VI )

                                                                                                                                                       Música:  Claude Debussy - Rêverie

"Comí  de árboles prohibidos,
no una ni dos sino cientos
de veces acabe rendido,
o victorioso, según la batalla,
en brazos de lo más querido"



Hablaba sin parar, con entusiasmo,  mientras yo escuchaba.
En el equipo de música del coche sonaban las Suite para cello de Bach
Me contó que había estado casada durante diez años y llevaba tres divorciada. Había trabajado como consultora para empresas en un negocio que montó con dos amigos y  compañeros de  carrera.  Le fue muy bien. Ganó  dinero. El suficiente como para no preocuparse por trabajar  en unos años. Pocos meses antes de su divorcio decidió venderles su parte ya que era incapaz de centrase en su trabajo. Su matrimonio llevaba muerto unos años, en el fondo estaba quemada, ya no le llenaba hacer lo que hacía y necesitaba cambiar.

Conducía bien, muy bien y le gustaba la velocidad. Por suerte no quitaba la vista de la autopista, que conocía a la perfección.
En una bifurcación, tomamos dirección Valencia y empezamos a pasar las salidas de las poblaciones costeras.
Yo conocía la zona, había estado alguna vez de vacaciones.

-          Ya falta poco – me dijo
-          No hay problema, no estoy cansado. Por cierto, ¿Dónde vamos?
-          No seas impaciente lo verás enseguida

Tomamos la salida que llevaba a Torredembarra y seguimos unos kilómetros por una carretera comarcal hasta llegar al destino.
Altafulla esta situada encima de una pequeña montaña y  se extendía por una de sus laderas hasta el mar. La conocía. Había estado varias veces y me encantaba
La cicatriz en forma de carretera  dividía la villa en dos
Verónica tomó la opción que llevaba hacia el mar.

Aparcó en una calle paralela al paseo marítimo, cogimos las bolsas y me llevó a una de las casas de dos plantas que dan al paseo.
Había anochecido, el pueblo estaba desierto, al menos en esa zona y  un manto de estrellas  iluminaba la bóveda celeste. La temperatura era muy agradable, aunque al entrar en la casa, se notaba la sensación de frío que acompaña a la humedad. Era una casa antigua, de paredes de piedra, heredada de su madre.
Me indicó uno de los dormitorios, en la planta superior, para que me instalase.
Mientras sacaba de la bolsa el escaso equipaje que llevaba,  me seguía preguntando que estábamos haciendo allí.

Me enseñó rápidamente la casa. No era muy grande. En la planta baja, había una pequeña cocina y un salón con chimenea.
Siempre me gustaron las chimeneas en las casas, supongo que por reminiscencias del pasado, el crepitar de la madera ardiendo, el aroma a leña quemada y el propio fuego producían en mi un efecto hipnótico, relajante, era capaz de estar horas contemplando esa imagen.   
La planta superior tenía los dormitorios.  Dos de ellos, los que íbamos a ocupar Verónica y yo, tenían una pequeña terraza común que daba al paseo.
En un rincón de mi dormitorio, entre dos  paredes, había una araña de dimensiones considerables. Era normal teniendo en cuenta que  ese tipo de viviendas se  habitaban pocos días al año.  
Me asusté, parecía de risa, pero a mis cincuenta años no había conseguido dominar mi aracnofobia, ni evitar la  poderosa atracción que ejercían sobre mi.  No quise matarla y, con cuidado, la saqué al balcón de la terraza.  
En el último mes había  soñado varias veces con arañas. 
Me despertaba con la respiración agitada y sudando por el pánico vivido en el sueño.  
Sentí curiosidad  por las repeticiones del sueño, aunque ni el propio sueño ni las arañas eran iguales y busqué en Google su significado.
Uno de los que encontré decía:

“Las arañas suelen aparecer en nuestros sueños cuando estamos cerca de tomar importantes decisiones, no te preocupes porque suele augurar buenos frutos, es un símbolo de gran inteligencia y sacrificio.

No pude evitar sonreír al leerlo.  Ojalá acierten - pensé - por una vez no estaría mal.

Bajé al salón, donde Verónica estaba terminando de encender la chimenea.

-          Así se irá caldeando el ambiente – me dijo sonriendo -  Por cierto ¿Tienes hambre?

Sonreí y le contesté

-          Te invito a cenar en El Faristol
-          ¿Conoces El Faristol? – me preguntó con expresión perpleja
-          Un poco

Continuará....

2 comentarios:

dijo...

Ando aquí enganchada con esta historia.
¿El Faristol?¿Conoces el Faristol?

Unknown dijo...

Lo conozco y me encanta