viernes, 20 de diciembre de 2013

LA COLLECTIONNEUSE DE DÉSIRS ( IV )

"Ojala olvides
que eres quien crees
Para empezar a ser
quien  de verdad eres
Que tu fuerza sea un don
Que no acabe en castigo
Que no hay verdad absoluta
Que no es menos cierto
Que ni siquiera hay verdad"


Los impulsos, a veces me guiaban. Esta fue una de ellas.
Mientras el coche de Verónica recorría  Km. de autopista, me pregunté que estaba haciendo allí. 


Tomamos el café en su casa.
Vivía cerca, yo empezaba a acusar el cansancio. Lo sugirió y acepté.

Al entrar, tuve un deja-vu. 
Un interminable pasillo, con sus paredes llenas de paisajes, marinas y algún retrato, desembocaba en una sala, decorada con buen gusto  pero sin ostentación.
Verónica me preguntó lo que deseaba tomar

-          Un café estaría bien – le respondí
-          Lo preparo en un minuto, ponte cómodo, como si estuvieras en tu casa – me dijo con una sonrisa antes de salir de la sala

Me puse a observar los detalles de la habitación
Destacaba un piano de cola, quizás desproporcionado en relación al tamaño de la sala. En una de las paredes había una pintura que representaba a una mujer de unos cuarenta años vestida de riguroso luto, con gesto adusto, sentada en una silla y que tenía un gran parecido con Verónica. La única diferencia es que la mirada de Verónica era limpia, sincera y la que el artista había pintado en esa mujer del cuadro era inquietante. Había conseguido, además, el mismo efecto que el maestro Da Vinci  en su Gioconda, si la mirabas desde cualquier ángulo ella te devolvía esa mirada, como si sus ojos tuviesen vida y eso la hacía más inquietante todavía. Estaba seguro de haber visto ese cuadro anteriormente

Me acerqué al piano y levanté la tapa del teclado 
Hacía mucho tiempo que no practicaba, pero sentí curiosidad por saber si el accidente había afectado a  mis manos. Acaricié las teclas con veneración. Siempre me fascinó  que se pudiese construir melodías tan bellas con ese instrumento. Antes de empezar a tocar tenía un ritual. Debía congraciarme con él, tenía que hacerle entender que íbamos a ser uno, que si alguno de los dos no ponía la pasión necesaria, no saldría bien.
Cerré los ojos e inicié el Andante Spianato deChopin……

………..

No comprendía como podía gustarme tanto ese hombre. 
Sentía por Gabriel una atracción casi animal. No habíamos pasado juntos más de tres horas entre los dos encuentros y me parecía conocerlo desde hacía años   

Al escuchar las primeras notas, imágenes de hace años me devolvieron al pasado. 
Tardes de otoño sentada frente al ventanal  de mi habitación, intentando concentrarme en un libro, mientras mi madre amortiguaba dolores de ausencia volcada en su piano. Desgranando melodías de tristeza que provocaban el efecto contrario al que perseguía aunque, con el tiempo, acabé pensando que  se regodeaba en su propio dolor y no deseaba salir de ese estado. No se si alguna vez fue consciente del daño que me hacía.
Había pasado mucho tiempo desde que mi padre se marchó, pero ella nunca pudo admitirlo, ni quiso superarlo.

Terminé de preparar el café y llevé la bandeja hasta la sala, pero antes de entrar me quedé en la puerta escuchando para no interrumpirle.
Gabriel estaba sentado, casi de  espaldas a la puerta. No me vio.  Me fijé en sus manos. No eran manos bonitas, ni estilizadas, ni con dedos largos, sin embargo se movían por el teclado como si flotasen.
Cuando terminó de interpretar hice ruido sin querer y se giró
Yo seguía en el umbral de la puerta de la sala, sujetando la bandeja del café y las tazas con las manos y con dos lágrimas surcando mi cara, que fue imposible disimular

Gabriel me miró sorprendido

- ¿Qué te ocurre?



Continuará.....

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