"Ojala olvides
que eres quien crees
Para empezar a ser
quien de verdad eres
Que tu fuerza sea un don
Que no acabe en castigo
Que no hay verdad absoluta
Que no es menos cierto
Que
ni siquiera hay verdad"
Los impulsos, a veces me guiaban. Esta fue una
de ellas.
Mientras el coche de Verónica recorría Km.
de autopista, me pregunté que estaba haciendo allí.
Tomamos el café en su casa.
Vivía cerca, yo empezaba a acusar el
cansancio. Lo sugirió y acepté.
Al entrar, tuve un deja-vu.
Un interminable pasillo, con sus paredes
llenas de paisajes, marinas y algún retrato, desembocaba en una sala, decorada
con buen gusto pero sin ostentación.
Verónica me preguntó lo que deseaba tomar
-
Un café estaría bien – le respondí
-
Lo preparo en un minuto, ponte cómodo, como si estuvieras en tu
casa – me dijo con una sonrisa antes de salir de la sala
Me puse a observar los detalles de la
habitación
Destacaba un piano de cola, quizás
desproporcionado en relación al tamaño de la sala. En una de las paredes había
una pintura que representaba a una mujer de unos cuarenta años vestida de riguroso
luto, con gesto adusto, sentada en una silla y que tenía un gran parecido con
Verónica. La única diferencia es que la mirada de Verónica era limpia, sincera
y la que el artista había pintado en esa mujer del cuadro era inquietante.
Había conseguido, además, el mismo efecto que el maestro Da Vinci en su Gioconda, si la mirabas desde cualquier
ángulo ella te devolvía esa mirada, como si sus ojos tuviesen vida y eso la
hacía más inquietante todavía. Estaba seguro de haber visto ese cuadro
anteriormente
Me acerqué al piano y levanté la tapa del
teclado
Hacía mucho tiempo que no practicaba, pero
sentí curiosidad por saber si el accidente había afectado a mis manos. Acaricié las teclas con
veneración. Siempre me fascinó que se
pudiese construir melodías tan bellas con ese instrumento. Antes de empezar a
tocar tenía un ritual. Debía congraciarme con él, tenía que hacerle entender
que íbamos a ser uno, que si alguno de los dos no ponía la pasión necesaria, no
saldría bien.
Cerré los ojos e inicié el Andante Spianato deChopin……
………..
No comprendía como podía gustarme tanto ese
hombre.
Sentía por Gabriel una atracción casi animal. No habíamos pasado juntos
más de tres horas entre los dos encuentros y me parecía conocerlo desde hacía
años
Al escuchar las primeras notas, imágenes de
hace años me devolvieron al pasado.
Tardes de otoño
sentada frente al ventanal de mi habitación, intentando concentrarme en
un libro, mientras mi madre amortiguaba dolores de ausencia volcada en su
piano. Desgranando melodías de tristeza que provocaban el efecto contrario al
que perseguía aunque, con el tiempo, acabé pensando que se regodeaba en
su propio dolor y no deseaba salir de ese estado. No se si alguna vez fue
consciente del daño que me hacía.
Había pasado mucho
tiempo desde que mi padre se marchó, pero ella nunca pudo admitirlo, ni quiso
superarlo.
Terminé de preparar el
café y llevé la bandeja hasta la sala, pero antes de entrar me quedé en la
puerta escuchando para no interrumpirle.
Gabriel estaba
sentado, casi de espaldas a la puerta. No me vio. Me fijé en sus
manos. No eran manos bonitas, ni estilizadas, ni con dedos largos, sin embargo
se movían por el teclado como si flotasen.
Cuando terminó de interpretar hice ruido sin
querer y se giró
Yo seguía en el umbral de la puerta de la
sala, sujetando la bandeja del café y las tazas con las manos y con dos lágrimas
surcando mi cara, que fue imposible disimular
Gabriel me miró sorprendido
- ¿Qué te ocurre?
Continuará.....
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