sábado, 7 de diciembre de 2013

LA COLLECTIONNEUSE DE DÉSIRS ( II )


"Nunca sabrás si fuiste tu 
la causa de estos versos.
Si el dolor fue antes del estío
o lo trajo el vuelo de la alondra"


-          ¿He superado el examen?

Me sentí como si me hubiesen pillado haciendo algo malo

-          Aburrir no es la palabra.  Solo observaba sus manos. En cualquier caso no me negará que lo que me cuenta suena un tanto fantástico. Verá, no es que no me interese lo que dice pero se me está haciendo tarde

Nuevamente sentí como sus ojos me taladraban

-          Ya…., comprendo.  Otro escéptico. Pensé que no me equivocaba cuando me dirigí a usted. Por cierto, me llamo Verónica.
-          Disculpe,  yo soy Gabriel. Mire, de verdad que lo siento pero tengo una entrevista en diez minutos y no puedo llegar tarde. Si le parece bien podemos quedar en otro momento y continuamos con la conversación. Dígame como puedo localizarla o un número de tf y le llamaré.

Me dio un número de móvil y lo anoté

-          Hasta pronto, le llamaré
-          No lo hará – me contestó

Salí con prisa. La tarde estaba fría y gris, típica de un otoño que terminaba. Agradecí el cambio de temperatura.  La ciudad permanecía ajena a  sus habitantes Mientras caminaba por Independencia en dirección al despacho de mi abogada, me fui fijando en las expresiones de las personas que se cruzaban conmigo. Era una vieja costumbre. Cuando alguna me llamaba la atención, le construía una historia, imaginaba como sería su vida, según lo que me transmitía en ese instante. Alguna vez llegué a pensar que conectaba con ellas.

Por un momento pensé en Verónica. Lo cierto es que a pesar de que tenia una cierta curiosidad, no consideraba la posibilidad de llamarla. Ahora tenía cosas más importantes por las que preocuparme.
Llamé al timbre del portal y el portero automático accionó el mecanismo de apertura. La puerta pesaba como un demonio. Era la típica casa antigua con puerta de forja me acerqué hasta el ascensor, que era tan antiguo como el edificio. Una obra de arte. La aspiración de cualquier coleccionista de ascensores
La vivienda, habilitada como despacho de abogados, seguía la misma tónica. Techos altísimos y una elegancia con sabor a rancio que lo invadía todo
Paz me esperaba en el suyo. Cuando la conocí  me hizo  gracia, y se lo dije, que llamándose así hubiese elegido la rama matrimonialista, en su  profesión.
Repasamos brevemente el acuerdo que se iba a firmar y mi nerviosismo se hizo más evidente
           
-          Tranquilo Gabriel – me dijo – es un buen acuerdo. El mejor que podíamos obtener
-          No comparto eso, pero quiero terminar de una vez, ya lo sabes
-          Si vamos a juicio no hay garantías de nada. Podría ser mucho peor que esto
-          Vamos, cuanto antes mejor

Volver a verla me revolvió el estómago. Después de tantos años no comprendía en que se había convertido. Las personas cambiamos con el tiempo, es cierto. De hecho los dos habíamos cambiado pero de forma divergente y llegó un momento en que ya no pude más. Dejé la que había sido mi casa y supe que lo pagaría caro a los pocos días de hacerlo. Empezó la manipulación con mis hijos y el intento de asfixia económica. Pero cuanto más difícil me lo ponía mas claro tenía que había hecho lo correcto.
Treinta minutos más tarde el acuerdo de divorcio estaba firmado y yo sentado de nuevo en la silla del despacho de Paz.

-          Imagino como te sientes – me dijo – tu expresión lo dice todo. ¿te apetece que vayamos a tomar algo?

Le miré sin contestar, era una mujer de treinta y pocos años muy atractiva y, en otras circunstancias, hubiese sido una compañía muy agradable, pero no me apetecía a pesar de agradecer su intención y se lo dije.

Salí del edificio pensando en lo que acababa de hacer,  sabia que las cosas no iban a ser fáciles a partir de ahora.


Apenas sentí el golpe. Un dolor agudo en el costado y me di de bruces contra el suelo. Por un momento escuché gritos.  

Después todo se volvió oscuridad y silencio…. 


Continuará...

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